Impacto del COVID-19 en la educación, desde el punto de vista de una economista y educadora
Inmersos en una situación de crisis, es bastante común que los seres humanos nos cuestionemos sobre las decisiones pasadas, carentes de previsión y por tanto, nos detengamos a analizar aquellas que asumiremos en un futuro por ahora, incierto y desconocido, al cual nos llevará, en este caso, el fin de la pandemia COVID-19 o la mal llamada hecatombe del s. XXI.
La realidad es que la historia de la humanidad ha sido coronada desde sus inicios por grandes contradicciones. Mientras el s. XVI elevaba a la gloria del arte a la Mona Lisa, a la par, Europa, aniquilada por la Peste Negra, buscaba la innovación industrial como superación de sus estructuras fallidas. Poniendo en nuestro radar al s. XIX, nos encontramos con la invención de trenes, buques a vapor y el teléfono que fueron los responsables de convertir el mundo en una aldea comunicada pero incapaz de derribar sus propias fronteras.
El s. XX, por su parte, fue golpeado con dos guerras mundiales, grandes recesiones económicas, y la caída del muro de Berlín, logrando sentar en la mesa de las negociaciones a los otrora eternos rivales, Estados Unidos y la Europa Occidental con su capitalismo recalcitrante, junto a la Rusia comunista de ideología marxista e igualitaria. La música de fondo que tocó este siglo fue el Rock and Roll.
A partir de esta superficial mirada de los últimos siglos de nuestra historia, nos toca revisar seriamente el s. XXI y sus posibles coyunturas marcadas por cambios disruptivos producto de las revoluciones tecnológicas, digitales, móviles, tendencias, redes sociales, computación en la nube, globalización, economía de la piraña, zettabytes y tiktok. Enunciadas en el libro ‘La Era de la Discontinuidad’ (1969) de Peter Drucker, quien nominó a esta sociedad, una del conocimiento o de la información.
No obstante haber llegado al culmen de la Inteligencia Artificial o los enunciados de Moore, el hombre parece no haberse superado a sí mismo y a su circunstancia ya que apenas transcurridas dos décadas desde el inicio de este siglo nos encontramos cara a cara con una pandemia que hace colapsar y por tanto desnuda todo el andamiaje político, económico y social global haciendo hincapié en los renglones particulares de la salud y educación.
Dejando al descubierto que ni las decisiones de las más altas esferas del poder ni las ideologías de los más altos quintiles han sido suficientes para mermar y pasar, aunque sea, un paño tibio en las brechas económicas y digitales de un mundo, en el que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Touché.
Basta con indagar los datos del Banco Mundial al 28 de marzo de 2020 que nos enrostra que 1600 millones de niños y jóvenes no asisten a la escuela en 161 países y unos 3 millones de niños y jóvenes dominicanos hacen parte de esas estadísticas según la UNESCO.
En este mismo orden de ideas, nos encontramos con el alumno del s. XXI, caracterizado por la presta exposición a aprender, algo poco usual en los tiempos pasados. Pudiéramos decir lo mismo del profesor del mundo contemporáneo quien abierto a un currículo cada vez más complejo, asume nuevos roles y enfatiza en pequeños detalles para poder estar de acorde a los contextos a los que se enfrenta. Los padres, en cambio, para estar a la altura de sus obligaciones, requieren tiempo y dedicación tanto para darle continuidad a los maestros como para observar a sus hijos.
No pasa inadvertido que el futuro es imposible adivinarlo, sin embargo, somos totalmente capaces de construirlo. Y es que, lo que debe ser, será naturalmente y sin ambigüedades. “El entorno está lleno de incertidumbres y de notables discrepancias entre los distintos países sobre la forma en que se puede producir la vuelta a la normalidad” enunció Francisco Mochón, economista español, pero si algo nos traerá el Coronavirus es una normalidad en la cual caminaremos más despacio, menos ambiciosos y más humanos, beneficios que alcanzarán a toda la sociedad y los cuales la educación debe aprovechar.
Porque pospusimos lo inevitable, perdimos de vista que la grandeza de la vocación de educadores, en un mundo abarrotado de aplicaciones, libros, metodologías y dispositivos, no requiere de genios distantes y fríos sino de héroes cercanos al dolor ajeno. Es decir, que no es más lo que se requiere de nosotros, de hecho, es posible que sea menos. El impacto del COVID-19 será más que académico, más que económico, más que político y más que social. Será esencialmente humano.
Nuestros estudiantes e hijos no dejarán para después:
El mundo ya tiene suficiente sabiduría humana. Si lo único que necesitan sus hijos y estudiantes es saber cómo hacer las cosas, encontrarían la respuesta en el Internet, pero lo que no pueden conseguir allí es: una vida nueva. Más Quijotes, menos hombres light.
Si no me creen, créanle a Aristóteles; no por nada dijo que “Educar la mente sin educar al corazón no es educar en ABSOLUTO”. Gracias Covid-19 por la lección.
1El título corresponde al lema cardenalicio de San John Henry Cardenal Newman
Por: Andrea Taveras, M. Ed.
@teacherandreasays CEO
ATP Soluciones Educativas